03 abril 2009

Eddie quiere contarte su historia

De www.maidenarg.com.ar

Hola a todos, me llamo Edward T, aunque todos me conocen cariñosamente como Eddie.Estoy muerto, o al menos eso dicen, pero el hecho es que no hago más que resucitar de cualquier tumba en la que han querido enterrar.Mis comienzos fueron parecidos a los de muchos chicos de mi edad por el West End de Londres: Era un chico de barrio, con gusto por los placeres prohibidos, y pronto me acerqué al emergente Punk que empezaba a despuntar en la época. Primero fue mi pelo de punta, después mis maneras un tanto anómalas de acercarme a los que me rodeaban, mis instintos algo agresivos e incluso mi odio visceral hacia esas formas de poder que querían oprimirme (lo siento, señora Thatcher, pero usted no era la ‘dama de hierro’ que más me gustaba y por eso tuve que hacerle besar la hoja de mi navaja), las que no gustaron a la estirada sociedad inglesa de la época.
Poco a poco mis maneras ‘punks’ fueron evolucionando hacia algo más roquero, menos crudo y sobre todo cercano a lo que unos años antes ya habían comenzado a perfilar otros jóvenes locos por ser diferentes como Black Sabbath, Judas Priest o Led Zeppelin. Mi pelo creció, a mi harapienta camiseta blanca la cubrió pronto una ajustada chaqueta de cuero negro y fui cambiando paulatinamente mis antiguos cuchillos por hachas o catanas conforme mi poder se iba tornando más contundente. De hecho, comencé a ser importante y reconocido, y con el tiempo llegué a desafiar al mismísimo diablo. De todos modos, el infierno no era mi sitio, eso lo dejaba para otros con mayores aires de grandeza pero una visión de la realidad algo distorsionada…
¡No!, yo era un chico real, vivía todavía en la tierra, era malvado a la vez que enormemente atrayente y poco a poco iba consiguiendo que todo el mundo se fuera rindiendo a mis pies. El inicio fue Inglaterra, después todo el Reino Unido, Alemania, Francia, Europa al completo, Japón, Estados Unidos… Todos se rendían a mi poder, a mi magnetismo y a mi fuerza maligna. Ya os he dicho que reiné hasta en el infierno y dominé los siete mares sólo con el fuego que ardía en mis ojos, con la fuerza que emanaba de esa música que, sin saberlo, yo inspiraba e incluso componía a través de esos peleles que querían quitarme el protagonismo en las fotos.
Primero acabé con el protagonismo Punk de un tal Paul Di´Anno, después poco a poco fueron cayendo a mis pies las maneras roqueras de Dennis Stratton; Clive Burr no soportó la presión de estar a mis ordenes y continuamente en acción accediendo a mis deseos de gobernar el mundo a través de mi música, y finalmente sometí como esclavos a unos jóvenes Dave Murray y Adrian Smith que interpretaban con sus guitarras todo aquello que mi maligno cerebro les dictaba. Conseguí que un díscolo estudiante de historia, un joven bigotudo y problemático por su fuerte carácter e ideas algo extremistas, fuera capaz de dar forma, sonido y volumen a los mensajes que yo tenía que enviar al mundo… “Bruce, Bruce” creo que le llamaban en su tierna juventud. También fui capaz de que un rubio, feo y chato batería que andaba por las Galias intentando hacer famosos a unos tal Trust, que nunca llegarían a nada sin la mano maestra y maligna de alguien como yo detrás, estuviera a mis ordenes dando ritmo y acompasando a golpes poderosos, a la vez que técnicos, mis designios sonoros.
Al único al que no fui capaz de dominar fue a ese obstinado joven de un barrio bajo londinense… Desde el principio me echó un pulso y nunca fui capaz de vencerle y por ello fue el único al que nombré de verdad mi mano derecha y siempre le consulté sobre las decisiones que tenía que tomar a la hora de dominar el mundo de la mano de mis títeres músicos, de esas marionetas que creían que eran algo sin que yo se lo ordenara… Steve Harris se llama ese hombre y, aunque nunca llegue a ser tan importante como yo, tengo que reconocer que tiene unas grandes pelotas inglesas y una determinación tal que ha conseguido que él y yo siempre hayamos gobernado y dirigido el barco de la mano.
Sí, es cierto que a veces me dan estos aires de grandeza y de locura y por ello en alguna ocasión han tenido que encerrarme para que volviera a la realidad y mis delirios de poder se encaminaran de nuevo al verdadero objetivo que dio sentido a todo desde el principio: ser la mano directora y la cabeza e imagen visible de la banda más grande que dio el Heavy Metal… Recuerdo que en uno de mis primeros encierros incluso me raparon la cabeza y me ataron con fuertes cadenas y en mi locura me inventé mundos paralelos. Viajé al pasado y dominé el imperio más importante de la historia desde lo alto de una pirámide. Siendo el faraón más grande de todo el mundo conocido, recorrí toda la faz de la Tierra haciendo mis esclavos y pisando a todo aquel que osaba siquiera hacerme sombra. Esto desgastó soberanamente a mis más importantes generales y transmisores de mi mensaje y mi grandeza. De hecho, el comandante Dickinson estuvo a punto de abandonar el barco, Steve Harris vio amenazada su autoridad en ocasiones y Adrian Smith cogió una extraña enfermedad derivada del cansancio que le hizo desear propuestas más sencillas que se plasmarían no demasiados años más tarde… Pero no adelantemos acontecimientos todavía.

Una vez dominado el pasado y el presente, sólo me quedaba viajar al futuro para dar constancia de que entonces también seríamos los más importantes del mundo.Tuve que acabar a golpe de pistola láser con algunos que entorpecieron mi camino… pero ya sabéis que esto nunca fue un problema para mí, y me embarqué en nuevas enormes giras, en este caso sin faraónicas construcciones y lejos de esfinges, sarcófagos y máscaras mortuorias. En este caso preferí los rayos láser, las grandes plataformas, así como enormes representaciones de mi persona que intimidaran y convencieran a cualquiera de que yo seguía siendo la verdadera Dama de Hierro ya fuera en el pasado, en cualquier presente o en ese futuro que todos tienen en la cabeza pero que sólo yo fui capaz de dar forma.
Había reinado en el fuego también y ahora tenía que dominar el hielo. Durante este tiempo había tenido tiempo incluso de tener muchos hijos, pero ninguno como el séptimo, al igual de poderoso que lo fue a su vez su respectivo séptimo hijo. Incluso tuve algún momento de debilidad y ofrecí mi corazón como ofrenda para todo aquel que supiera interpretar ese gesto. Supongo que fue algo parecido a lo de aquel que llamaron Jesucristo con aquello de “Tomad y comed todos de él”, pero al final fue una trampa más y todo el que mordió cualquier trozo de ese corazón, o incluso de aquella manzana podrida, se convertía al instante a mi religión, fanáticamente, con razón o sin razón, pero de repente todos estaban a mi servicio: cielo e infierno, fuego y hielo, presente, pasado y futuro, Punk, Rock y Heavy Metal… Todo dependía y estaba supeditado a lo que mis chicos hicieran, y a lo que yo mismo decidiera.
¡Ah, sí!, perdonad, yo y mis delirios de grandeza… De repente despertaba y seguía encadenado e incluso era demasiado molesto para algunos por mucho que yo insistiera y no dejara de asegurar que era un dios, un faraón en la tierra, un enviado del futuro e incluso el mismo maestro del Diablo, el que dirigía sus movimientos como si él fuera tan sólo una marioneta… Uno de mis generales dimitió (aunque él no sabía entonces que le inyecté ese veneno para hacerle regresar a mí unos años después) pero no tuve que buscar demasiado para encontrar un sustituto rubio, risueño, muy cercano a lo que mis generales habían sido en sus comienzos: sólo unos chicos ‘heavies’, macarras y con unas grandes ilusiones. Le llamaban Janick pero no era un total desconocido para mí pues ya había tenido contactos con aquel tal ‘Bruce Bruce’ en sus campañas solitarias tatuadas e incluso con otro de los que en su momento también estuvo en el Olimpo de los dioses, un tal Ian Gillan.
De repente, y sin merecerlo, me mataron, pero no tardé en resucitar, agarrando del cuello a mi sepulturero y haciéndole pagar, quizás injustamente, lo que otros me habían hecho. Primero resurgí con calma, sin aires de grandeza, de nuevo con mis viejos pantalones raídos y mi camiseta de obrero, sin adornos externos y sólo con la idea de recuperar poco a poco el trono perdido. Eso sí, en pocos años, sigilosamente, atacando desde los árboles, disparando a extraños e incluso apareciendo como un murciélago o ave infernal para atrapar las almas de los que en Donington todavía dudaban de mi resurrección, volví a ser el más grande… aunque esta vez duró muy poco mi reinado.
Nunca lo llamé traición, no fue algo premeditado, podía haberlo esperado, lo sabía desde hacía muchos años… pero el caso es que ‘esa’ deserción me dolió más que ninguna otra. No era mi escudero más fiel, no era mi más autentico servidor y tampoco me había jurado nunca amor y sumisión eterna, pero cuando ‘Bruce Bruce’ nos dejó sentí el vacío más inmenso que nunca antes había sufrido. De repente las cuerdas que sujetaban al diablo se soltaron, las cadenas me apretaron más fuerte que nunca, la esfinge se derrumbó, la energía de los láseres disminuyó hasta casi extinguirse, la lápida de la tumba me golpeó en la cabeza y de un plumazo se me cayó el pelo y mi carne de zombi se convirtió en algo tan quebradizo como una vieja rama de árbol carcomida por los años y los sinsabores.
Volví a la realidad e intenté empezar desde casi cero, reclutando a un obrero en vez de a un rey, intenté encontrar el ‘factor x’ que me devolviera la gloria perdida, probé con los deportes incluso, pero todo no era más que algo virtual, irreal y que no tardaría en llegar al final de la senda y tener que escoger el camino del pasado para llegar al futuro o del futuro para volver al pasado. No entendí la disyuntiva, así que pedí consejo a mi fiel general Harris y él sabiamente decidió limar asperezas con el ángel caído y le hizo regresar dándole de nuevo los galones de comandante en jefe. Ya no era el poderoso guerrero de los inicios, no acariciaba al viento su larga melena ni su voz arañaba al aire como antaño pero todavía seguía latiendo con fuerza ese corazón de atleta, su voz todavía hacía retumbar las montañas y retroceder a los ejércitos de estos tiempos que se rendían al instante ante la renovada fuerza de ‘la dama’.

Volvimos al futuro y conseguimos reinar como en el pasado, sacudimos Europa, Norteamérica, Asia, Sudamérica (incluso dirigimos una gran cruzada desde Brasil para decirle al mundo que seguíamos siendo grandes), bailamos una danza con la misma muerte y desde el más allá ahora nos disponemos a recuperar cualquier trono perdido que todavía nos quede por hacer nuestro. No importa que sea desde el infierno, desde un barrio bajo londinense, desde un lujoso palacio egipcio, desde el pasado o desde el futuro… incluso desde el más allá, porque Eddie y sus hijos te quieren para la vida y para la muerte: “Wherever, wherever you are, Iron Maiden's gonna get you, no matter how far, ee the blood flow watching it shed up above my head, Iron Maiden wants you for dead”.
No, ahora sé que no estoy loco, en verdad fui un faraón, dominé al Diablo, me inscribí en el futuro, morí y resucité, y ahora puedo ofrecerte una triple muestra de lo que fue mi vuelta desde el más allá.No me olvides nunca y recuérdame como lo que fui en cada época de la historia: el más grande.

Eddie T.

1 comentario:

El inconsistente dijo...

I N C R E I B L E !!!

Gran texto. Una enorme felicitación para quien lo escribió

Saludos